Caso Prestige: un acto de Dios.
La tradición jurídica
inglesa, pese al escaso apego poético al que invita su lengua, define las
tragedias inevitables en la mar como actos de Dios. Básicamente, son actos de
Dios aquellos en los que queda demostrada la insignificancia del hombre frente
a la adversidad. Visto con la distancia que otorga el paso del tiempo, creo que
el hundimiento del Prestige fue, sin duda alguna, uno de esos “actos de Dios”.
El Prestige era un petrolero subestandar
con demasiados años de mar sobre su sufrido casco al que una compañía
clasificadora dio su visto bueno a la operatividad comercial del buque.
El buque, debido
seguramente a su obsolescencia, sufrió un fatídico 13 de noviembre de 2002 una
vía de agua frente a la costa gallega. Avisados los servicios de emergencias, y
las alertadas las autoridades marítimas españolas de la posibilidad de pérdida
del buque, éstas deciden alejarlo lo máximo posible de la costa. A tal fin envían
los remolcadores oportunos y los buques de auxilio.
La labor de estos
buques se ve imposibilitada por la fuerza del mar y las adversas condiciones
climatológicas. Finalmente, la persistencia de estas condiciones sería
determinante para explicar el hundimiento del buque y la posterior catástrofe
medioambiental.
A partir de este
instante, y siguiendo el modelo social cainita español, se inicia una caza de
brujas en la busca de responsabilidades. Se acusa al Director General de Marina
Mercante de no haber intentado llevar el barco a alguna ría, donde, se alega,
la catástrofe podría haberse visto reducida. Resulta evidente que si se hubiera
pedido a cualquier alcalde gallego su beneplácito para internar el buque en
alguna de sus rías, ninguno lo hubiera dado. Por tanto, parece claro que de
pocas alternativas pudo disfrutar el Director General de la Marina Mercante.
Bien es cierto también
que la imagen ofrecida por los representantes del Gobierno fue lastimosa,
empezando por un presidente del Gobierno incapaz de desplazarse al lugar de la
tragedia y terminando con un ministro más interesado en asuntos cinegéticos que
en la tragedia marítima que se cernía sobre la costa de Galicia.
Frente a esta apatía
gubernamental, la oposición, espoleada por los activistas del nunca mais, vio en la tragedia del Prestige una oportunidad para socavar la
poca credibilidad que pudiera quedarle a un Gobierno que acabaría expiando sus
culpas en las siguientes elecciones gallegas.
Transcurridos once
años de aquella tragedia, la reciente sentencia del caso Prestige viene a ratificar la escasa credibilidad que pueda ofrecer
la Justicia española. Once años para determinar que el hundimiento del buque
solo puede ser atribuible a un acto de Dios, son muchos años. Demasiado tiempo
para dictaminar lo que simplemente dictamina el sentido común.
Juan Díaz Cano
Presidente de
la Real Liga Naval Española